(Texto por Catalina Paz).
Deslizo el ratón del mouse por la pantalla de mi computador, abro varias ventanas que me llevan al mundo tanto práctico como relacional que se corresponde con mi vida actualmente. Miro mi Facebook con miedo de los ciento y algo perfiles que fueron quedando allí. Viejos lazos que no borro por una responsabilidad incomprendida, compañeros de trabajo, conocidos de ciertas situaciones contingentes, familiares, los siempre incondicionales y amigos que hice gracias a la internec. Entre estas tres últimas “categorías” pensaba yo me dividía, pero a decir verdad, aunque cada una reúna un grupo pequeño de personas, sólo unas cuántas cuajan con mi realidad encarnecida.
Con mis familiares cercanos nos tenemos agregados por moda. En realidad somos buenos para hablar por teléfono y nos juntamos casi todos los Domingos donde los abuelos. Así que es como no habernos agregado. Un actuar mecánico, medio falso, pero porque en este caso la calidez de estar reunidos frente a frente gana por mil.
Sobre los siempre incondicionales, amigos de casi la mitad de lo que he vivido, son de los que menos sé por medio del ciberespacio. Porque cuando nos extrañamos, nos llamamos o nos vamos a buscar al trabajo, a la universidad, a las casas para sabernos y decirnos que nos necesitamos. Las formas prehistóricas sin duda alguna nos vienen mejor para el corazón. Sus cuentas están ahí para recordarme que valemos hongo siendo amigos online.
Respecto a los que he conocido gracias a internet, me ocurre una situación incómoda, media que se repite recurrentemente. Por lo general, he llegado a ellos gracias a un quehacer y/o compromiso que requiere del pc, los he visto evolucionar a través de él, mostrarse por medio de un comentario, una foto, una canción que publicaron y así los voy entendiendo se supone mejor. Me siento bien de poder hacerlo así, me emociona y doy miles de puntos a las ventajas de este universo virtual, pero cuando empiezo a verlos en persona, noto que son distintos a lo que yo creí. Y que yo también soy distinta a lo que ellos pensaron. Entonces la vida real no fluye como debiese funcionar porque la costumbre está en otro lado, no en lo dérmico de hacer cuestiones mirándonos las caras. Además, suele la mayoría de estas relaciones funcionar pasajeramente… siempre queda un espacio para que pronto otras puertas abiertas por la misma vía vengan a reemplazarlas.
Por lo que cuento, he desarrollado una fobia intermitente a las redes sociales, a crear, mantener o sostener relaciones a través de ellas; y es que pueden resultar engañosas. Me he inventado estrategias para reducir las posibilidades de hacer crecer un vacío tal, como dejar sólo los círculos que mencioné o cerrar el Face hasta que algo de orden laboral me exija abrirlo, utilizar sólo el Whatsapp como vía de comunicación, pero hay cuestiones que creo ya no pueden dejar de ser tan plásticas. Pienso que es parte de lo que nos hemos legado, la tecnología y sus enormes beneficios, la tecnología y su tenebroso facilismo. Pero excluirse es exponerse a morir en el intento. Además siempre puede hacernos ver el mundo más cerca, aunque no lo sea, el mundo más abierto y dinámico aunque totalmente deshonesto. Y uno accede porque ya no puede sencillamente negarse a sus ilusiones. Bueno, al menos eso me ocurre a mí. A pesar de tener esto último consciente en mi cabeza, termino aprobándolo en mayor o menor medida, dejándome atrapar por él, repleto de riesgos, asumiendo los sentimientos de confusión y decepción que a veces implica. Sentimientos que probablemente reviven otras antiguas inseguridades.
Trato en resumen de doblarle la mano a su fachada, pero hay cuestiones que van a exceder mis maniobras. Así como he borrado personas otros me han borrado a mí, así como me he negado a aceptar que las redes mantienen falsamente vínculos perdidos hace harto, he conservado lo mejor de los aún vigentes SIEMPRE fuera de ellas. He ganado amistades pero también he perdido muchas. Trato de aceptar que aquellos puentes estrechados debido a la excusa de la virtualidad, nunca conocerán realmente lo que pasa conmigo, los diferentes polos que tal vez me conforman, las dificultades que lloro y logros que celebro, como yo nunca accederé a su mundo interior, porque ya nos acostumbramos a ver la parte de nosotros que se disfraza gracias a las pantallas encendidas de nuestros compus y/o celulares.
Al ir terminando este texto me doy cuenta que sólo unos pocos compañeros conservo con amor, gracias a que la vida nos juntó por fuera de este circuito que no cesa de transformarse y convencernos de que requerimos de él para ser quienes somos. O al menos esa visión me he creado desde que formo parte del juego. Me escondo de vez en cuando porque me superan las circunstancias, porque también por culpa de esta nueva era dudo de mí, de lo que puedo transmitir para otros y buscar yo en otros, de lo que construimos en lo afectivo, en lo material. Caigo en lo paradojal, al hacerme un Instagram donde probablemente la mayoría no me conozca, donde yo puedo vagar en paisajes e idiomas que jamás me corresponderán, sin tanta culpa por ser una extranjera y vivir rodeada de seres humanos donde no existen reproches ni deudas mutuas. Sólo estoy ahí, casi siempre, para no estar. Para sostener una imagen vaga de mi misma sin tanta responsabilidad. Cuando escuché Eclipse estos pensamientos volvieron como puñetazos: “detrás de la pared se esconde una ilusión que no te deja ver qué pasa en su interior sin fin sin recorrer ocurre que esta vez el cielo se escondió el sol no deja ver (…) quizás de ti se escondieron todos y esta vez me toca a mí”.
Yo sé que no estoy preparada para abandonarlo del todo, pero tampoco para escogerlo. Dejo que su frialdad instale flores plásticas en mis escenarios pero contemplo su belleza sabiendo que en el fondo pueden ocultar un enorme orificio adentro, un estar descomprometido que niega indefinidamente su muerte. Flores Plásticas (Eclipse, single doble, 2017) canta: “en la ciudad donde todo sale mal no esperaré personas de verdad, no hay nada acá me voy a pensar un rato (…) flores plásticas soportando lo que vive me parece que coincide con el mundo y sus matices” y pucha, sí, lo comparto ene. Intento acostumbrarme a lo sintético de mala gana, valorando los pocos aciertos que me ha traído, preparándome para desechar y ser desechada sin que deba importar demasiado. Reencontrando duelos negados, plantando semillas que son todo el tiempo impredecibles, lunatismo que también me toma y del que escapo cuando prefiero evitar derrumbes prematuros.
Flores Plásticas estrenó el mes pasado este sencillo que adelanta su próximo disco. Puedes revisar aquí la nota que hicimos!