No soy muy dado a eso del “orgullo nacional”, y si tengo algún rasgo irracional relacionado con Chilito es el fútbol. Cuando juega la selección me vuelvo loco, el himno me para los pelos y puedo pasar horas y horas por la madrugada viendo videos en YouTube de partidos de Chile en los mundiales y las eliminatorias. Pero más allá de eso, yo diría que poco y nada.
Por eso mismo entiendo la música como algo más cercano a una cultura que a un “país” o una bandera, y creo que la mayoría de los que están en esto lo entienden de esa forma, por fortuna. Aun así, es inevitable sentirse tocado por las cosas que se están haciendo acá. Y no es por el hecho de ser chileno y por ende tener que mamarme todo lo que salga de acá porque sí, sino por sentirme con la suerte de haber nacido y vivido en estos tiempos, y poder ver a artistas que andan por ahí, moviéndose en los mismos lugares que uno, hablando el mismo lenguaje, y haciendo música que mal y mal nace de las mismas cosas que uno vive todos los días. ¿Cómo no va a ser bonito eso?
No sé si fue el efecto de las piscolas que había compartido con mi amigo Nico antes del show, escuchando a Mägo de Öz para prendernos, o la excitación en el ambiente del Teatro Cariola, pero fue recién cuando las luces se apagaron y sonaron los primeros gritos desenfrenados tras los acordes iniciales de “Noche Profunda” (tan, pero tan bien elegida para ese magnífico opening de Zamudio, la serie de TVN), cuando me acordé a lo que venía. Quizás fue el tiempo que pasó entre que el álbum salió a la luz online y este lanzamiento el que me confundió. Uno empieza a escuchar las canciones en Spotify (lo siento, no se me da la tecnología antigua del emepetres, o de comprometer la calidad del sonido en una lista de YouTube), y se empieza a acostumbrar al sonido. Todo suena muy bien en Sangre Cita, como si fuera el sonido exacto que quisieron lograr: estilizado, profundo… abarcativo, como diría el periodista estrella que entrevistó a Juancito, el niño fan número uno del arte. Pero en ese momento me entraba la curiosidad de cómo todo ese concepto de Sangre Cita se iba a traducir en un show en vivo.
Hace rato que no sentía tanto griterío. Quizás lo que más se acerca, según mi humilde opinión, son los gritos que provoca Alex Anwandter en sus presentaciones. La cosa es que esos gritos ante “Noche Profunda” marcaban la pauta para la dinámica con el público durante la energética primera parte del show, netamente dedicada a Sangre Cita (“Para ti no soy nadie”, “El fondo del barro”, “Mi derrota”, “La última canción”). Para el momento del cover de “Tú y yo” de Supernova, yo ya estaba entregado. Además, esa intertextualidad que se está generando en la música chilena es siempre bienvenida. Sin ir más lejos, hace unos días en el relanzamiento del Sello Cazador veía a Martina Lluvias hacer un cover de Los Mil Jinetes y pensaba que para allá vamos… Tenemos nuevos héroes.
Pronto vendría mi momento favorito de la noche. Después de la íntima versión de “Pequeños momentos de satisfacción”, cantada por Marianita, y “La Lava” junto a la siempre linda Fanny Leona, Los Dënver decidieron deleitarnos con el tema de Bear Story, el corto chileno ganador del Óscar, para los que han vivido en Júpiter en los últimos meses. De nuevo, no sé si fue el alcohol, pero no me esperaba que la tocaran. Fue un momento lindo, que si bien nos sacó de la onda del resto del show, seguro tocó los cucharones de varios. Y es que escuchar ese chelo de la Felicia entrar en el tema hace que a uno le pasen cosas.
Mariana iba en la tercera tenida de la noche y anunciaba a un invitado sorpresa. Todos sabíamos que era (Me llamo) Sebastián, así que Mari nos pedía que la ayudáramos a llamarlo. El Seba salía después de unos segundos en el punto más álgido de la noche. Todo lo que Dënver quiere ser en esta etapa de su carrera se vio reflejado en esos casi 5 minutos de la fiesta que es “Los Vampiros”. Todos los que estábamos ahí, o por lo menos la mayoría, íbamos por esa consolidación de la versatilidad de los de San Felipe, la celebración de lo nuevo y el no estar ni ahí con encasillarse.
Milk y Mari no se aprobleman con nada. El show en el Cariola fue una muestra de eso. Les aplaudo todo, y les hago un queque. Son de los nuestros, y si bien la infinidad de nuevas bandas que se han tomado los escenarios locales los hacen pertenecer a la “vieja ola” del pop chileno, siguen compartiendo códigos con nosotros y con la escena, y lo mejor, haciendo las cosas con honestidad y audacia.
(Fotos por Nico Flores / Texto por Felipe Rodríguez).
One Response
QUE LINDO <3