Un audífono tú, un audífono yo: Capítulo 2

rt6daci

(Texto por Tillo).

La cajera ordena billetes y monedas, mientras una canción de Cristian Castro suena en su computador. El encargado de la tienda aprovecha la ocasión para contarnos una aburrida anécdota sobre su hermano que vive en Miami. Mentiría si dijera en qué iba la historia porque, para ser sincero, mi mente está en otra cosa.

Termino de desenredar mis audífonos justo cuando Doris, la cajera, avisa que todo está en orden. Rápidamente me despido de ella con un beso en la mejilla y de José, el seudo jefe, con un apretón de mano.

¡Mañana temprano! – me dice él con una sonrisa burlesca.
¡Sí!.. – afirmo yo fingiendo algo de entusiasmo.

Ubico los audífonos en mis oídos y me dispongo a poner play a la música que llevo en mi celular. Un flashback del día anterior me descoloca. Pienso en el primer momento en que vi a Constanza. No estaba escuchando música, eso significa que me había ido del trabajo sin ponerme los fonos. La idea de la cábala y de repetir ciertos patrones es algo regularmente común en mí. No es que sufra de trastorno obsesivo compulsivo, pero a veces me dejo guiar por esas cosas. ¿Sirven o son tonteras? Definitivamente no era el momento para averiguarlo. Desconecto los audífonos del celular y los guardo en mi bolsillo.

Camino por Huérfanos en dirección a San Martín, no hay mucha gente en la calle. Un ciego que lleva un carro pasa por mi lado en dirección contraria. La caminata se hizo corta y sin darme cuenta ya estoy llegando al paradero de micro. Una sensación de nerviosismo invade mi estómago. Al mismo tiempo, siento un alto grado de ridiculez por estar así, todo por un bonito y particular momento vivido el día anterior y que seguramente no significará nada en mi aburrida y ordinaria vida. Miro el reloj en el celular. Según mis cálculos es la hora indicada.

Una 201 se acerca. Dos escolares se besan apasionadamente al lado de un kiosko. Un hombre come una sopaipilla y camina hacia mí. La micro disminuye su velocidad y se estaciona cerca. La gente pasa por delante mío para subir a ella. Observo a las personas sin encontrar el rostro de Constanza. Intento proyectarlo en mi mente como si estuviera viendo su foto de perfil de Facebook, pero el recuerdo es sumamente débil. No hubo momento en que pudiera mirarla a los ojos y memorizar sus facciones, sus detalles. Me arrepiento tanto de no haberlo hecho. Personas de todo tipo se acercan a mí para esperar el bus que los llevará de vuelta a sus hogares, o a donde sea que vayan. Ninguna de ellas es Constanza. Hago inventario, o eso intento, de lo que guardo en mi memoria sobre ella. Su cabello era claro, no rubio. Como café o algo así. No era crespo ni liso, más bien desordenado. Tenía ojos expresivos, simpáticos, como que reían todo el tiempo. Era de estatura media, quizás un poco más baja que yo, que tengo una estatura bien promedio. ¿Qué más? Uñas fucsias, un cole morado en su muñeca. Unos botines, un adaptador para dos audífonos y una extraña energía magnética que no me ha permitido sacármela de la cabeza.

Pierdo la cuenta de cuántas micros he dejado pasar. Cada vez llega menos gente al paradero y empieza a hacer un poco de frío. Hoy no voy a coincidir con ella, es definitivo, quizás nunca más en la vida ¿y qué importa? Nada. No importa nada. Repito esa frase en mi mente y casi por inercia hago parar una 201 que se aproxima. Me subo sólo yo a la micro, cuento 3 personas más en su interior. Me siento en el mismo lugar de siempre. Ahora sí, me dispongo a escuchar música. En mi celular reviso la gran lista de discos que cargué la noche anterior, los cuales pensaba mostrarle a Constanza en caso de que no los conociera. Albumes como “Run Run”, “Nonato Coo”, “Pino”, “Lucha libre”, “Mi arma blanca” y “Estado de gracia”, por nombrar algunos. De ese último escojo la sexta canción titulada “Palacio Mental”. Los sonidos electrónicos llegan a mis oídos, luego se suma la batería y la micro se detiene en un paradero. Sube una mujer y un hombre, ambos jóvenes. Juego a adivinar si son pareja o no. Yo pienso que sí. Se ubican en los asientos que dan la espalda al chófer. “Estoy donde me encontraste, tus ojos me hacen respirar, el cielo es tan distante, yo quiero abrazarte” canta la inconfundible voz de Diego Ridolfi. Ella le habla entusiasmado a él, quien la mira atentamente. No hay interacción física, sólo conversan. El hipnotizante ritmo de la batería me deja pegado unos minutos en la manera en que ella mueve sus manos mientras le cuenta a su acompañante quien sabe qué cosa. La micro cruza la Alameda y continúa con su viaje normal. Todo en orden, demasiado para mi gusto.

A través de la ventana veo a una señora paseando a un pastor alemán que la supera en tamaño. El ruido de la ciudad se va mezclando con las melodías de la canción. La chica deja de hablarle a su compañero de puesto y lo besa suavemente en los labios. Él le toma las manos y las acaricia con delicadeza. Ella sonríe y luego me descubre mirándolos. Rápidamente muevo mis ojos a otra parte, fingiendo algún punto de interés en concreto. “Adiviné”, pienso y me felicito por el pequeño triunfo. La voz de Fármacos declara: “Hasta encontrarnos en el aire”, miro mi celular e imagino el adaptador de audífonos conectado en él.  De sus entradas salen mis fonos y los de Constanza. Ella está sentada a mi lado, escuchando el disco conmigo. La miro y nos sonreímos. La micro se detiene, sube gente. La canción sigue avanzando. Un hombre de la tercera edad me observa, camina hacia donde estoy yo, me doy cuenta que busca sentarse a mi lado. La música se acaba. El caballero canoso ocupa el asiento de Constanza. Es inútil seguir pensando en esto.

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6 respuestas

  1. acabo de conocer la historia y de hecho leí primero este capítulo antes que el primero, así me di cuenta que hay dos meses de diferencia entre la publicación de ambos y me preocupa. me niego a esperar dos meses para leer un tercer capítulo :c

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